lunes, junio 29, 2009


ADIOSES

Pese a todo, me pareció que si alguien tenía derecho a la inmortalidad era precisamente él. Tal vez porque nunca fue lo suficientemente humano para medirlo con la regla del tiempo. Tal vez porque desde muy niño fue tan de todos que después ya no tuvo mucho derecho a ser de sí mismo. Tal vez porque su solo nombre, Michael Jackson, era sinónimo de cierta irrealidad. Una absurda irrealidad que cultivó desde que decidió retar a la erosión de los años con una primariosa cámara hiperbárica que con el tiempo se fue repletando de cirujanos, bisturíes, acoples, resanes y lijaduras que lo terminaron convirtiendo en un incompleto ser de otro planeta. O, en todo caso, en un pionero del exceso, de los errores, de las aspiraciones de lo peor de cierta humanidad.

Pero claro, lo único humano, verdaderamente humano, fueron sus canciones, su baile circense y el magnífico espectáculo de su vida pública que lo convirtieron en el “Rey del Pop”, así como Elvis fue el “Rey del Rock”, tronos ambos de naturaleza despótica que luego, por la costumbre, ya nadie se atreve a discutir. Desde ese ángulo, Jackson es imbatible y en una de esas que ni se toma la molestia de esperar tres días para resucitar. Debe ser por eso que su muerte conmociona pero no entristece.

Exactamente al revés de lo que ocurrió con una reciente muerte –el pasado lunes nomás- del gran Alfredo “Mono” Villavicencio. Caricaturista, historietista, ilustrador, cantante, músico, pero por sobre todas las cosas, humano. Un humano tan grande que bastaba con verlo caminar por el centro, enfundado en su gabán y atisbando el horizonte con sus anárquicas gafas, para saber que todo en el mundo seguía en orden.

Nunca conocí al “Mono”, más que de vista y es algo que hoy lamento. Sin embargo, la amistad que parecía irradiar hacía que uno se arrogue el derecho de considerarse también su amigo. No conocerlo era como perderse toda una época, e incluso varias, en donde las cosas no eran exactamente de colores pero uno podía pintárselas del tono que le diera la gana. Sus muchos amigos, que a estas alturas deben ser deudos, e incluso desconsolados viudos, guardan todo su legado. El “Monito”, con inequívoca certeza, les enseñó con su vida que la vida, pese a sus avatares y padecimientos, sigue siendo una aventura digna de ser enfrentada con alegría. Y es que, después de todo, no hay otra manera de hacerle frente. No hay otra manera de vencerla, o acoplarse a ella, si no es con la sonrisa en ristre. O una gran carcajada, en el peor de los casos.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una pena la muerte del Mono, se hará extrañar.
Por su parte Michael Jackson ya se ganó la inmortalidad con su música.
Saludos
Alfredo

Anónimo dijo...

Muy buenas palabras.
Sí señor.