miércoles, diciembre 09, 2009

San Quixote



Lamentablemente, el San Quixote no es un señor alto y de barba acordeonada que se guarece en el borde inferior de la página 11 de este Semanario. Parece, pero no es. Un sombrerito de lata cascado por la intemperie no le da ese derecho. Y aun si tuviera una lanza, cuadrúpedo a la mano, molino a la vista y frente embistiendo el horizonte, tampoco tendría por qué ser el Quixote. Si fuera así la cosa, qué fácil sería todo.

El Quixote, más bien, podría ser un señor bajito, regordete, de imbatible sombrero, insobornable levita y una mosca a guisa de corbata. Podría tener nuestro San Quixote un amigo larguirucho de sombrero cascado llamado Pepito Grillo. Podría no tener en realidad más que una voz fantasma que lo acompaña. Y es que el San Quixote, en efecto, es el otro. El sanchopancesco hombrecito de traje negro. Sólo que no parece, y eso hace que su aventura sea más quijotesca aun.

Porque, imagínese, hablar quijotadas en esta época, y encima con ánimo quijotesco, no es de Quijotes. Eso es de columnistas. Eso es de correctos editorialistas que balancean argumentos con ánimo tan justiciero que igualito terminan cometiendo la injusticia de hacerse imposibles, fantasiosos, ingenuos en el mejor de los casos. El Quijote es un poco más pedestre. Y el San Quixote, pa’ colmo, no sólo es pedestre sino que también es peruano.

Y cuando se es peruano, no quedan sino dos opciones. O lo asumes quijotescamente o haces una sanchopancesca mudanza mental a otra galaxia. Y San Quixote elige asumirlo, claro. Y lo asume con una seriedad que espanta. De hecho, con tanta seriedad que termina recurriendo a lo único cierto que queda: el humor. Un humor incisivo y un poco más, canino. Mordaz. Discordante. Como él mismo y sus inconsistencias fisonómicas. Pero por algo es San Quixote en sus dos cabezas de estatura.

Algo así debió decirse el jueves pasado en que el libro del Quixote –un compilatorio del último par de años- fue dado a luz. Pero no lo dije, de tan distraído que andaba con esta nueva criatura de tapas rojas y ochentaidos páginas al momento de nacer. En fin, lo digo ahora. El Quixote es el otro, el que no se parece en nada al Quijote.