Muchos caminos, una meta
Probablemente nunca se sepa toda la verdad sobre el trágico viernes cinco. Probablemente, cuando se disipe la nube de desinformación y el olvido regrese a la selva, cada quien –y con todo derecho- tendrá su propia versión de lo sucedido. Probablemente la voz de la lógica y la coherencia sea más creíble que el dialecto cahuapana de los súbitos huérfanos. Probablemente nadie confiese culpas ni asuma responsabilidades; otros preferirán callar su conciencia con Rohipnol y los duros apelarán al más pedestre racismo para dormir sin pesadillas. Así que, ante el vacío de esa verdad, solo queda construir unas cuentas certezas para enfrentarse al futuro.
La primera y más importante tal vez sea esta: nunca más Alan García. Nunca más su mafioso estilo, su rampante pragmatismo, su chusco verbo; nunca más el hombre bruto que no tiene más variables que los dictados de su propia omnisciencia. Nunca más el pobre hombre que se ahoga en su narcisismo porque vive rodeado de afanosos ganapanes que lo ven absoluto, indispensable, magnífico.
La segunda y no menos importante certeza es esta: nunca más el APRA que conocemos. Nunca más esa legión de focas amaestradas que aplauden cualquier tontería de su pantocrátor. Nunca más los próceres de la desfachatez como Del Castillo, Mulder, Cabanillas, Pastor, Núñez y los otros. Nunca más esos descerebrados zombies que aplauden por edicto y embisten por dictado; mañosos para la componenda, duchos en la camorra y fieles a su único ideal: sahumar al gran jefe.
Y la tercera certeza: nunca más la rapiña como ideología. Nunca más la filosofía del Perro del Hortelano, y menos si quien la predica tiene colmillos, ladra y tiene la ferocidad de un lobo. Nunca más, porque a la larga sólo trae devastación, y a la corta, nada más que faenones para calmar la inagotable ambición de insignes compañeros.
El progreso, si viene de mondar un bosque, arrasar un paisaje o canibalizar los recursos, mejor que venga sin prisa, remolón y haciendo cola. Si viene jadeante, urgido y violento, uno tiene derecho a sospechar. Estas tres certezas pueden resumirse en una sola verdad de Perogrullo: Alan García no está en condiciones de gobernar un país. Cierto es que nunca lo estuvo, pero ante la pavorosa disyuntiva de cambiarlo por Ollanta, su presencia es más que nada un tributo a la democracia. Una democracia mínimamente funcional, renga, poblada de apristas que se empeñan en convertirla en estropajo, pero democracia que garantiza de acá a dos años la transición del poder. Ya lo demás, va por cuenta de nosotros, de la ciudadanía. Meyo.
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Publicado en el Semanario El Búho.
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